"Memorias y Aventuras"(Memoirs and Adventures) 1924
Arthur Conan Doyle (1859-1930 71 a.)
Valdemar 1999, 459 pág.
Creo que el motivo principal por el que un lector se acerca a la autobiografía de Arthur Conan Doyle es por su creación del detective más famoso del mundo: Sherlock Holmes. Sin embargo, los sentimientos del autor por su criatura son de lo más nefasto. Doyle le dedica un escaso capítulo y a regañadientes, mientras no deja de alabar el resto de su abundante obra que considera de más valor, pero a la que el tiempo no ha perdonado y se halla prácticamente en el olvido, si no fuera porque Sherlock Holmes, nos obliga a recordar a su autor. No me extraña que de vez en cuanto aparezca la idea de que el ilustre personaje fue obra de otro escritor; un supuesto Watson.
Arthur Conan Doyle de origen católico anglo irlandés, nació en Escocia, Edimburgo el 22 de mayo de 1859 y murió el 7 de julio de 1930 a los 71 años. De familia cultivada, pero modesta, estudió medicina en su ciudad natal, donde conoció al famoso doctor Bell, que se cree fue la inspiración para el personaje de Holmes.
Conan Doyle escribe su autobiografía hacia 1924, con más de sesenta años. Ha tenido una vida densa y azarosa que puede contemplar con cierto sosiego. Goza de fama y reconocimiento y puede mirar hacia atrás de forma condescendiente. Como le fue concedido el título de "Sir" gracias a su contribución literaria a la dignificación de la participación británica en el guerra de los Boers, se siente particularmente inclinado y facultado a dar toda clase de opiniones sobre política y táctica militar.
Si nos adentramos en esta autobiografía para profundizar en Sherlock Holmes, nos llevaremos un desengaño. Nada más lejos de tal objetivo. Doyle más parece el padrastro de Holmes y sus Memorias sólo nos sirven para acercarnos a los sentimientos de una época: la victoriana. El orgullo británico, el colonialismo, la visión sobre los trópicos, o la caza de focas en el Ártico (actividad a la que Doyle dedicó varios meses), el sentido del decoro, la galantería, el patriotismo, la virilidad, etc... Todo ello cierta y venturosamente pasado de moda.
La autobiografía acaba siendo más interesante por lo que sabemos que no se nos está contando, por lo que sabemos que pasó después, que por lo que esforzadamente nos explica Doyle. A veces lo que narra es inconscientemente divertido; como cuando monta una consulta en Londres como oftalmólogo y no tiene un solo cliente, o cuando realiza un viaje por el desierto de Libia sin agua y sin brújula, o cuando se lleva a su mayordomo a la guerra de los Boers. O trágica cuando observamos que no habla de su padre, que acabó en un manicomio. O su estrambótico orgullo por la muerte en la Gran guerra de su hermano y de su hijo. O cuando no parece ni médico; al valorar que su primera mujer a contraído la turbeculosos "por un microbio del hotel".
Doyle se siente especialmente convencido de la bondad de sus opiniones, en cuanto a la descripción de situaciones militares en las que se extiende hasta el cansancio y desde una perspectiva objetable ("Es maravillosa la atmósfera de la guerra" pág. 179), y además nos sorprende al querer continuamente adivinar el futuro. Resulta muy difícil como lector estar de acuerdo con él; en todo hay una exaltación patriótica, un chovinismo británico muy indigesto.
Y para acabar de rematarlo todo, está la cuestión del "espiritismo". En el libro no se extiende demasiado, tan sólo deja constancia de su profunda adhesión y creencia en los fenómenos psíquicos y nos remite a sus libros especializados. Nada más lejos de la personalidad de Sherlock Holmes. Tampoco nos explica Doyle su punto de vista sobre los dos casos que afectaron profundamente su credibilidad en estos temas, como fueron: el caso Harry Houdini y el caso de las fotografías de hadas. En el caso Houdini, éste acudió a Doyle para ponerse en contacto con su madre muerta y descubrió que todo era un fraude. A partir de ese momento se dedicó al desenmascaramiento de este tipo de actividades. Doyle quedó como un farsante. En cuanto al caso de las hadas; unas niñas fotografiaron unas figuras recortadas que hicieron creer era hadas. Doyle las creyó completamente y se dedicó a promocionar su causa. Bien, de todo ello el autor no menciona nada en sus Memorias.
Al final ha sido una pequeña tortura acabar el libro. Confirmada la opinión que ya tenía. Para leer a Holmes, es mejor separarse de Doyle e incluso especular alegremente si no fue escrito por él.
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