"El hombre que miraba pasar los trenes"(L'homme qui regardait passer les trains, 1938)
George Simenon (Bélgica 1903-1989)
Tusquets fabula 2004, 230 pág.
George Simenon fue un autor muy prolífico en lengua francesa que se dedicó casi completamente al género policíaco y fue creador del archiconocido comisario Maigret.
Sorprende que de un autor tan reputado y con tantísimas obras sea difícil encontrar sus libros en librerías. De Maigret no he encontrado ninguno. Síntoma, quizá, de que está algo pasado de moda. El hecho que "El hombre que miraba..." sea de los pocos que esté disponible no sé si obedece a que se trata de una obra singular o de especial reconocimiento o cualquier otra azarosa circunstancia de la vida de las ediciones. El caso es que deseaba leer algo de Simenon del que no había leído nada antes.
"El hombre que miraba pasar los trenes" trata de un hombre de mediana edad: Kees Popinga, residente en el norte de Holanda y poseedor de una vida de lo más burguesa que un día asiste al desmoronamiento de todo su mundo al quebrar la empresa donde trabaja y contemplar como su jefe puede iniciar una supuesta nueva vida lejos de toda atadura moral. Kees lo abandona todo y marcha a París para descubrir un mundo sin ataduras ni represiones. Por el camino comete un asesinato "sin querer" y queda prisionero de su nueva situación de asesino. Todas sus especulaciones son caminos sin salida que sólo lo conducen a la locura.
Dada la gran cantidad de obra que despachaba Simenon, puede presuponerse que el libro está escrito deprisa, por la prosa concisa y poco elaborada, pero también, puede ser que sea su estilo. Un estilo no tan sencillo como puede parecer, ya que la acción, sobre todo al principio, avanza y retrocede continuamente. A mí, la forma, me ha gustado bastante. Lo que no me ha convencido es la propia historia, a pesar de que está muy bien ambientada, el protagonista no me interesa en general, quizá sólo al principio y al final. También tengo la impresión de que la historia está improvisada en su conjunto. Por otro lado, todo, despide un cierto aire anticuado y sin embargo, aún no, todavía no podemos ser tan indulgentes como si se tratara de arqueología de la novela criminal.
"... Los trenes silbaban con maldad..." (pág. 101)
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