La filosofía se ha vuelto loca (2018), J.F. Braunstein

 

La filosofía se ha vuelto loca "

-Un ensayo políticamente incorrecto-

( La philosophie devenue folle ) 2018

Jean-François Braunstein  (Francia 1953)

Ed. Planeta/Ariel 2019, 308 pp.



No se me ocurre un título más inapropiado para este libro, que sugiere algo que por supuesto no es y atraerá a un lector equivocado. Me quedaría con el subtitulo en español que expresa más adecuadamente su contenido. El autor Jean-François Braunstein (Marsella, Francia 1953) es profesor de filosofía en la Sorbona de París. Si no fuera porque está editado por una editorial bastante seria como es Ariel, lo hubiera descartado como filosofía recreativa de utilidad nula.

El texto trata de tres temas de absoluta actualidad. Son materias tratadas de forma que parecen recién nacidas en el pensamiento social, cuando se trata de tesis con un largo historial definido, muchas veces controvertido, y cuyas manifestaciones actuales esconden todos los inconvenientes en aras de lo "políticamente correcto" y que no soportan ninguna clase de controversia, so pena de ser tachados con bastante virulencia de intolerantes y atrasados. Es decir, que es un debate, que no existe como tal y deben aceptarse sus premisas de forma incuestionable.

No está mal que Braunstein nos recuerde alguna de las procedencias de estas revoluciones sociales y su cuestionada evolución. Muchas de ellas tienen su origen en reputados, pero controvertidos especialistas que trabajaron y trabajan en las instituciones más prestigiosas de Estados Unidos.
  1. La identidad de género, sexo
  2. El animalismo
  3. La eutanasia
1. La identidad de género, sexo
Por ejemplo en relación a la nueva visión y aceptación de la diversidad de géneros, sexo y identidad, podemos encontrar al psicólogo John Money (Nueva Zelanda 1921-2006 USA) que trabajó en el Hospital John Hopkins estadounidense. Money se especializó desde finales de los cincuenta en el tratamiento de hermafrodidas: personas que nacen sin un sexo orgánico definido. Junto con un complejo equipo de médicos y especialistas y en un centro facilitado por la Hopkins en 1965 (Gender Identity Clinic for Transsexualism), que se cerró después, se dedicaron a reasignar aleatoriamente el sexo en esos bebés. Tenían la creencia que la identidad sexual se asume durante los dos primeros años de vida, así que debía intervenirse en quirófano de la forma más temprana posible.

Esta convicción de que el entorno (no la genética) es quien asigna el sexo, lo llevó a otros experimentos con niños no hermafroditas y en particular con un niño que había sufrido un lesión en el pene por culpa de una fimosis o circuncisión mal hecha. A este niño, que tenía un hermano gemelo varón se le reasignó una identidad femenina en la certeza de que era el medio social el que crea el sexo. Este experimento salió tan mal como cabía esperar terminando con el suicidio del niño, ya adulto después de interminables sufrimientos.

Toda esta historia es demasiado parecida a los experimentos de lobotomía de fechas similares cuyos desastrosos resultados se mantuvieron ocultos mientras se pudo, y Money fue adquiriendo una fama y reconocimiento gracias a sus libros, en la liberación sexual de los 60 y 70. Los seguidores de Money, como Judith Butler y Anne Fausto-Sterling, primero lo alababan y lo citaban como su verdadero iniciador, aunque después se desdijeran y transitaran hacia adelante en la expansión del pensamiento de apertura de todos los canales posibles de la transexualidad, primero, y el transgénero después.

Toda esta madeja enredada ha propiciado la integración y visibilidad social de multitud de colectivos disidentes de la clásica dicotomía masculino/femenino, hombre/mujer, como pueden ser los homosexuales, lesbianas, bisexuales, transexuales, etc. pero también, por su propia dinámica ha impulsado una especie de fragmentación indefinible de infinitas variaciones que reclaman el mismo lugar preeminente que los demás.

Las gurús de este nuevo movimiento derivan hacia escenarios más propios de la ciencia ficción que de la realidad, donde la identidad sexual no existe y el cuerpo es un escollo y un estorbo de la verdadera personalidad del individuo. Se contempla como deseable la fluidez y la indeterminación de la identidad personal y sexual y nadie debería ser calificado como hombre o mujer, siendo cualquier  cosa voluntad a voluntad y durante el mismo día.

El problema de todo ello es que se confunden trastornos pasajeros, sobre todo, adolescentes que se corrigen al hacerse adultos, con identidades equivocadas de sexo. Pero, ya no solo adolescentes, sino niños demandan cambios de sexo, como si fuera una epidemia. Una vez todos estos temas son de debate público aparecen multitud de personas que dicen sufrir en cuerpos que no asumen como propios y desean cambiarlos. Cuando la mayoría de veces se trata de problemas de tipo psicológico de adaptación al ambiente social y familiar. ¿Quién se siente a gusto con su cuerpo? Casi nadie. Pero de ahí a empezar unos tratamientos hormonales de por vida, muy costosos y con muchas contraindicaciones, así como operaciones quirúrgicas traumáticas y una elevada cantidad de suicidios posteriores no desdeñables, no es algo que deba abordarse de forma superficial.

Como ejemplo paradigmático han surgido personas que dicen que una parte de su cuerpo no es suya y solicitan que se la amputen : una pierna, un brazo, las dos piernas, etc.  (patología rarísima llamada apotemnofilia, que se ha extendido de forma contagiosa por la publicidad que se le da) Y ellos mismos se han incluido en el apartado anterior y exigen que su cuerpo se acomode a su identidad amputada, porque es así como se sienten.

La comunidad médica más sensata se siente desorientada ante esta avalancha de transformaciones físicas, la mayoría innecesarias y dolorosas, pero oponerse a ello está considerado un ataque a las libertades personales. Aunque también hay médicos y laboratorios farmacéuticos que son conscientes del poder y los beneficios económicos que representa esta nueva situación que los convierte casi en dioses.

2. El animalismo
Seguramente todo el mundo está de acuerdo en que se ha de procurar el bienestar animal y desterrar comportamientos crueles. Pero hay filósofos de gran reputación en el campo de la ética como Peter Singer (Australia 1946) que colabora con las mejores universidades del mundo, que dentro de su ética utilitarista (que volveremos a encontrar en el apartado siguiente) propone de momento en el marco teórico, la abolición de las diferencias entre animales y personas. Que los animales tengan entidad jurídica, aunque sea imposible que se representen a sí mismos. 

En sí mismo tampoco es tan estrambótico, si no fuera porque ese supuesto amor animal supone el menosprecio a algunos miembros de la raza humana. Según Singer tiene más valor y es digno de vivir un cerdo sano, que un niño deficiente. Así como se extiende en lo que considera personas y no personas. Unas dignas de vivir y otras no. El autor de este ensayo razona que Singer y sus seguidores (algunos de gran prestigio) extrapolan su experiencia con los animales a sus perros y gatos y desconocen la vida salvaje y la naturaleza.

Para acabarlo de arreglar, hay seguidores que entroncarían con el apartado primero que sugieren que las relaciones amorosas con animales deben dejar de ser tabú y formar parte del posible repertorio sexológico. Eso sí, siempre y cuando los dos estén de acuerdo. Difícil será averiguar los deseos reales del animal en cuestión.

3. La eutanasia
De la misma manera que el apartado anterior, seguramente todo el mundo está de acuerdo en procurar una buena muerte. El problema aparece cuando se mezclan intereses seguramente mercantiles como el trasplante de órganos. Cada vez asistimos a consideraciones de lo que es estar muerto de lo más subjetivo, como la muerte cerebral entre otro tipo de casos. Cuando son los médicos los que deciden qué es estar muerto y cuando se han de extraer los órganos. 

Como curiosidad cabe decir que se suele anestesiar a los "muertos" cuando se les extraen órganos, porque a veces se producen movimientos reflejos en personas que de hecho no están verdaderamente muertas (sino que tienen muerte cerebral, pero su cuerpo sigue vivo) y supone una gran perturbación en los médicos que los intervienen. Se puede decir también que la mayoría de esos médicos entrevistados no son donantes y entre los anestesistas casi ninguno.

Si la frontera entre la vida y la muerte se puede decidir de forma política en base a determinados intereses. No hay la confianza para creer que la eutanasia sea neutral.

Por otro lado, esos mismo teóricos de la "bioética" y también Singer tienen especial interés en eliminar a lo que ellos consideran no personas: enfermos terminales, en coma, deficientes, y niños no deseados. No el aborto, sino niños nacidos que sus padres decidirían si viven o no de acuerdo con diversas variables, como tener enfermedades de por vida o deficiencias. Unos ponen el límite a los tres días, otros más.

Los parecidos con las prácticas eugenésicas nazis es evidente y si ellas nos repugnaban éstas también. Claro que suele olvidarse que antes ya se pusieron en prácticas en varios países, entre ellos Estados Unidos.

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En conclusión: Seguramente el autor exagera en algunos límites de lo que la población aceptaría, pero no deja de citar a especialistas reconocidos que piensan de esa forma y lo manifiestan en sus libros y conferencias. Se podrá objetar que tales exigencias de corrección política no tienen por qué orillar extremos inadmisibles y patológicos, pero dado que los que impulsan esas políticas se niegan a debatir el alcance de sus propuestas, tampoco se pueden dejar fuera. Con lo que dan cabida a excentricidades, frikismo y conductas alternativas peligrosas sin freno. Es de esperar que algunas propuestas pasen, sencillamente de moda, o que el índice de suicidios o paranoias sea tan alto que deba ser reconsiderado. Cualquier futuro que se construya a partir de esas ideas solo nos puede llevar a una clásica distopía de ciencia-ficción.

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