Las grandes herederas se enamoran de jinetes

 

emblemática foto de la multimillonaria estadounidense Barbara Hutton (1912-1979)
y su quinto (de siete) marido Porfirio Rubirosa (Rep. Dominicana 1909-1965)
(ella ni lo mira, ni parece poder sostener el brazo por sí misma,
él como si besara el premio de una competición)

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Las grandes herederas o las pobres niñas ricas son como las orquídeas del invernadero del general Sternwood en "El sueño eterno" de Chandler: agobiantes. Condenadas a ser desconfiadas e inseguras acaban prendidas de la solapa de cualquier desaprensivo que las deslumbre.

Las pobres niñas ricas van a las mejores escuelas, que no son las mejores, pero sí las más caras y exclusivas. Ya no hacen ballet porque es de niñas de quiero y no puedo, ni van a clases de música de acabar tocando en el metro. No, ellas van a hípica y a esquiar. Los cazafortunas igual no esquían que se despeinan, pero la equitación es una baza segura. Esto de los caballos reúne a poca gente y selecta.

La cosa viene de lejos y de cerca: desde la heredera del imperio Zara, matrimoniada en primeras nupcias con el consabido jinete, que le duró unos cuantos saltos y un bebé, pasando por la nieta de Onassis, Athina casada y descasada con un jinete, o el caso de la más famosa "ñiña rica" existente que fue Barbara Hutton que se casó con un personaje siniestro y untoso, dedicado a los más extraños malabares, Porfirio Rubirosa.
Athina y marido jinete (izqda.) y Marta Ortega (Zara) y lo mismo (dcha.)
Seguro que hay más casos ejemplares. Pero, chica, si tienes dinero no te fíes de los jinetes.


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En la primera foto: boda de Barbara y Porfirio en 1953
Escenifica claramente la situación; él se muere de la risa y ella con la vista en el más allá.
En la segunda foto: él disfrazado de no sé qué y el caballo que no tiene culpa ninguna

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