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Las grandes herederas o las pobres niñas ricas son como las orquídeas del invernadero del general Sternwood en "El sueño eterno" de Chandler: agobiantes. Condenadas a ser desconfiadas e inseguras acaban prendidas de la solapa de cualquier desaprensivo que las deslumbre.
Las pobres niñas ricas van a las mejores escuelas, que no son las mejores, pero sí las más caras y exclusivas. Ya no hacen ballet porque es de niñas de quiero y no puedo, ni van a clases de música de acabar tocando en el metro. No, ellas van a hípica y a esquiar. Los cazafortunas igual no esquían que se despeinan, pero la equitación es una baza segura. Esto de los caballos reúne a poca gente y selecta.
La cosa viene de lejos y de cerca: desde la heredera del imperio Zara, matrimoniada en primeras nupcias con el consabido jinete, que le duró unos cuantos saltos y un bebé, pasando por la nieta de Onassis, Athina casada y descasada con un jinete, o el caso de la más famosa "ñiña rica" existente que fue Barbara Hutton que se casó con un personaje siniestro y untoso, dedicado a los más extraños malabares, Porfirio Rubirosa.
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Seguro que hay más casos ejemplares. Pero, chica, si tienes dinero no te fíes de los jinetes. |
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